sábado, 12 de noviembre de 2011








Columna

Dr. Norbert-Bertrand Barbe




            Ornamento indiscutible del paisaje urbano nicaragüense contemporáneo, sea como falsa pilastra a veces con triglifo en la arquitectura neo-colonial de Jinotepe o Masaya, a veces columnas sin importar el orden que sostienen un frontón, tanto a la entrada de los bancos como de las casas particulares, derivándose aquí la influencia de los edificios neo-clásicos decimonónicos en la arquitectura habitacional, mientras el siglo XIX contempló para dicha arquitectura habitacional el neo-gótico como estilo típico.
            Al recurrir a columnas sin función estructural en sus fachadas, la arquitectura nuestra, genuina y de influencia norteamericana, pretende dar mayor valor y énfasis a esta parte que es la sala de estar, recibidor tradicional de la casa, mientras en otros países el 1er espacio que se presenta en la entrada es un pasillo. La misma organización natural del espacio arquitectónico define el simbolismo de las columnas que nos introducen a este espacio oficializado, de recepción, donde se borra el límite entre edificios institucionales y casas particulares por influencia de los 1os sobre los 2os. Es característica la Plaza de la Revolución, donde tanto la Casa Presidencial como la Antigua Catedral y el Palacio de la Cultura se abren con columnas dóricas, que se responden y reafirman el papel simbólico implícito, y pocas veces consciente, de la columna en la arquitectura nuestra como elemento de introducción, de pasaje.
Cabe preguntarse qué es la columna y que representa o simboliza, ya que vimos que su papel no es funcional en sí, como confirman los templos griegos, definidos por el número y ordenamiento de sus columnas (in antis, doble anta, próstilo, anfi-próstilo, peripteral, pseudoperipteral, dipteral, pseudodipteral, monopteral o tholos), sin que éstas sean estructuralmente necesarias al edificio, salvo en el caso de la tholos, pues a menudo se usan en la parte externa del templo, para rodearle o delimitar el espacio del pronaos, división entre el espacio sagrado, reservado a los sacerdotes, y el laico fuera del templo. Principio modelizado sobre los templos egipcios, cuya sala hipóstila marcaba, dentro del recinto, el pasaje de acceso cada vez más reducido al público según la clase social (sólo los altos funcionarios, escribas y gente noble podían entrar en ella), hacia las dependencias del Dios, es decir, la sala de la barca sagrada y el santuario, con el tabernáculo, al que únicamente podían acceder los sacerdotes y el faraón. Igual las naves laterales de las iglesias cristianas, derivación de lo antiguo, permiten caminar sin estar en la central, espacio del sacerdote y de Dios, por lo que se debe persignar al usarla. Y, en el Alhambra, la fachada del Palacio de Comares de la época nazarí, situada ante el Patio del Cuarto Dorado (A. Fernández Puertas, La fachada del Palacio de Comares, Granada, 1980), donde se daban audiencias para impartir justicia, separa simbólicamente el espacio de los visitantes del espacio del rey, representado éste por la monumental puerta de entrada al Palacio que se esconde tras los arcos de la columnata reflejándose en el agua del estanque (que a su vez separa los dos espacios) como si las columnas se duplicarán haciendo perfecta su replica y se tratará de una sola imagen.
            Al igual que los catecúmenos entran por el nartex en las iglesias cristianas, al igual que las columnas de la arquitectura egipcia y griega separan el mundo de los fieles del de los sacerdotes, en la sociedad norteamericana contemporánea, es a través de un arco que pasan los novios para casarse.
Es en las casas del Neolítico que aparece la columna central, debajo de la cual se enterraba los muertos, que devendrían los espíritus lares y darían lugar a la creencia en los Poltergeist, Tommyknockers, Esprits frappeurs.
            La iconografía cristiana confirma la simbología de la columna como espacio intermedio, ya que en las Anunciaciones la columna, símbolo de Cristo (Daniel Arasse, L’Annonciation italienne – Une histoire de perspectives, París, Hazan, 1999), separa el espacio humano de la Virgen de la divina del ángel. Las catedrales góticas con sus entradas monumentales con columnas representando tipológicamente a los profetas y a figuras importantes (Reina de Saba) del Antiguo Testamento, introducen también el fiel al mundo divino guiado aquí por figuras antropomórficas hacia la nave principal y el altar.
            Ya Vitruvio en su Primer Libro se detiene a explicar la simbología de las columnas, asociadas, según el orden, dóricas con el poder de los dioses varones, jónicas con la sutileza de las diosas. Lo que explica el uso de la columna dórica en los edificios institucionales decimonónicos, en particular bancos (Caja de Ahorros de Otto Wagner) y palacios de gobierno (Casa Blanca), para simbolizar no sólo el elemento republicano derivado de la imagen romana, sino el poder y la fuerza, la seguridad y confianza que se debían poner en la institución y el Estado. El somocismo, a imitación del fascismo y el nazismo, abusó en el s. XX de la columna para representar estos valores. La importancia de las columna, a veces tornada pilastra, se revela en la época moderna con el libro de Vignola, dedicado a la columna, la obra de Palladio, con el papel particular que le otorga a la columna que se extiende en altura, y los palacios barrocos a imitación de Versailles que desmultiplican las perspectivas de fachadas ornamentadas con pilastras, siendo éstas intermedias entre lo pagano (en sentido etimológico) y lo real, al igual que en el templo griego dividen lo profano de lo religioso. Mismo papel de abarcamiento y recepción de la columnata del Bernini en el Vaticano. Lo que explica los juegos de desconstrucción que invitan el espectador a recorrer las Columnas de Buren del Palacio Real en París, cuya organización diagonal y quebrada se opone a las columnatas del Palacio. Esta parte de París, con el Louvre, es arquetípica del uso de las columnatas, a ambos lados de la calle de Rivoli. Como lo es también la Sorbonna.
            Warburg estudió en los indígenas norteamericanos la simbología de la escalera, la mesa y la silla como acceso al cielo, símbolo de pasaje que vemos en La Virgen de la Escalera (1489) de Miguel Angel (donde la escalera crea una relación tipológica entre el nacimiento y la muerte de Cristo) y Las Hilanderas o La fábula de Aracne (c. 1657) de Velásquez (donde la escalera, doblada por la escalinata, divide el mundo real de las hilandera de la época del pintor, y la evocación del episodio mitológico, es decir el mundo de las deidades, que recuerda la desaventura de Arácnea, origen del tejer de las hilanderas, la cortina - conforme la tradición venida de Bizancio - que abre una muchacha, alude al carácter teatral de la representación, insistiendo en el hecho que se ubica fuera de la realidad cotidiana del vulgo). Joseph Rykwert (On Adam’s House in Paradise, 1972), cit. por Luciano Patetta (Historia de la Arquitectura - Antología crítica, Herman Blume. Madrid, 1984, p. 58), informa sobre el origen de la columna como elemento de pasaje, mediante su simbología en el templo egipcio, similar para nosotros a la de la mesa de los indígenas estudiados por Warburg como del árbol (conexión: el tronco, entre la tierra: por sus raíces, y el cielo: por sus ramas) del mundo judaico-cristiano: “En general, las columnas recuerdan otra imagen cósmica: la del cielo, plano como la superficie de una mesa sostenida sobre tres patas; esta imagen tiene eco “animado” en el mito de la diosa Nut, cuyo cuerpo se extiende sobre la tierra de la misma forma que el cielo; o también la imagen del cielo como vientre de Hathor, la vaca cósmica./El esquema ornamental de las columnas egipcias era casi siempre vegetal y estaba referido a otro modelo mítico, el del paisaje-creación. Las tres formas más frecuentes son los haces de hojas de palmera, loto y papiro chafados hacia fuera en el capitel y en la base (forma esta última enteramente distinta de la del Djed, cuyos lados son rectos y cuyo capitel es una triple corona que se asimila a una cabeza). Estas columnas sostenían un techo que prácticamente siempre comportaba alguna referencia al cielo (estrellas sobre fondo azul; el halcón con el disco solar; representaciones astronómicas) y encontraban un eco fuero del templo en un “paisaje sagrado”: un lago artificial entre palmeras, rodeado de papiros y con abundantes lotos en el agua.” Pensamos en la cúpula de las iglesias bizantinas con el Cristo Pantocrator, y en el techo de la capilla Scrovegni de Giotto. 

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